martes, 18 de mayo de 2010

¡SALVAME!

No sé cómo contarte . Sucedió.
Fue un arranque espontáneo de algo que daba vueltas y vueltas en mi cabeza. Un día cualquiera desaparecería. Tomaría un bus, de esos que recorren ciudades que no figuran en el mapa y que paran en todas partes. Me bajaría donde algo me llamara la atención o no, porque sí.
Eso hice esa madrugada que junté mis cosas en una mochila, te besé mientras aún dormías, cerré la puerta y me fui. 

Dejaba atrás el confort de una maravillosa casa que tenía todos los lujos que cualquiera con dos dedos de frente desearía tener, salvo yo, que me había hartado de pedirle todo a la mucama, que estaba terriblemente aburrida por no tener nada que hacer, más que dormir hasta las once de la mañana, desayunar en la cama, mirar el noticiero por la televisión, ducharme, ponerme cremas, atender tu llamado a la 1p.m. para preguntarme si había descansado bien, y luego comer una ensalada de hojas verdes, para no engordar, y nada más hasta las 4 de la tarde que iba al gimnasio que estaba en el subsuelo de casa y hacía mi rutina diaria con personal trainner. Ah! Sí. Miraba la heladera y le decía a Betty qué había que hacer para la cena. Eso era todo.
Era una espera continúa de la nada.

Esa noche mientras vos dormías plácidamente después del ya consabido sexo de los días miércoles, decidí que era hora. 
Te miré con lástima. No te lo merecías pero yo necesitaba oxígeno, como un enfermo de EPOC. 
Llegué a la terminal de ómnibus y me subí al primero que partiría. Eran las 3 de la mañana y me dijeron que ya estaba partiendo un bus hacia Huanquillas. Pagué y subí. Al mi lado no viajaba nadie. A decir verdad, éramos tan sólo ocho pasajeros. La ruta estaba oscura y sólo se veían los bananeros a los costados. Dormité un rato y me despertó el sonido de la puerta del bus que se abría haciendo un ruido infernal y ví unas luces rojas al costado derecho del camino. A la izquierda, una gasolinera vacía. Me bajé y tomé un café aguado y decidí que ése sería mi lugar. Cuando el ómnibus partió crucé la ruta y me acerqué a las luz roja de enfrente. Era un cabaret-prostíbulo lleno de gordas pintarrajeadas que atendían mansa pero provocativamente a unos sucios empleados de las plantaciones. Pregunté por la dueña y le dije que quería trabajar ahí. Me miró como diciendo ¿y esta loca de dónde salió? Imaginame: cuerpo de gimnasio, pelo brilloso por limpieza, uñas esculpidas, rostro fresco, ropa decente. No era el target.

Hoy después de 1 año, soy la figurita difícil del lugar. Pagan más para estar conmigo. Y lo que es increíble, es que tengo orgasmos con todos los clientes. Soy libre, hago lo que quiero, me doy el lujo de rechazar al oferente, porque soy la reina Sofía. Sí mi nombre ahora es Sofía. Tengo una habitación que es una covacha al lado de donde vivíamos, me cocino mi sopa, sufro de calor, pero nada es rutina.
Soy feliz. Todos los día me acicalo para lo que pueda llegar. Y siempre es sorpresa, salvo algunos clientes fijos.
Hoy te escribo pensando que quizás en alguna parte de tu cerebro me entiendas. Me encantaría que así fuera, pero lo dudo.
Esta es hoy mi realidad, mañana quizás sea otra. Te juro que te voy a mantener al tanto, si es que te interesa.
No quiero quererte, pero porque te amo tanto es que hago esto.
Preferiría no hacerlo
¡Salvame!

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