martes, 19 de enero de 2010

RUIDO

“Ella le pidió que la llevara al fin de mundo,

él puso a su nombre todas las olas del mar.

Se miraron un segundo

como dos desconocidos.

 

Todas las ciudades eran pocas a sus ojos,

ella quiso barcos y él no supo qué pescar.

Y al final números rojos

en la cueva del olvido,

y hubo tanto ruido

que al final llegó el final. “

 

Ellos se amaban. Se mimaban. Se reflejaban uno en el otro. Eran dos en uno.

Bastaba una palabra de ella insinuando que le gustaba algo que había visto, para que él saliera presuroso para darle ese placer por mínimo que fuera.

Caminaban por el mundo como si volaran, sintiendo nada más que el aleteo de sus pensamientos y de su amor.

Un día él se quedó sin trabajo, y se encerró en su dolor para no lastimarla. Siguió aleteando como si nada pasara. Esperaba en casa con la comida preparada, o la iba a buscar al trabajo para invitarla a comer a un lugar especial, o le compraba flores o le hacía regalos.

Ella esperaba otra cosa. Ella esperaba desesperación y encontró calma.

Él sabía que pronto todo volvería a la normalidad por eso se mostraba tranquilo. Había aprendido que a la vida hay que darle tiempo y que no servía de nada hacer sufrir al otro. Además, el dinero no faltaba. La indemnización había sido muy buena, sólo había que saber manejarla. Pero ella quería más. Siempre había sido una nena mimada, una nena a la que nunca le había faltado nada. Siempre una nena con cuerpo de mujer. Inmadura.

“Mucho, mucho ruido,

ruido de ventanas,

nidos de manzanas

que se acaban por pudrir.

Mucho, mucho ruido,

tanto, tanto ruido,

tanto ruido y al final

por fin el fin.

Tanto ruido y al final...

 

Hubo un accidente, se perdieron las postales,

quiso Carnavales y encontró fatalidad.

Porque todos los finales

son el mismo repetido

y con tanto ruido

no escucharon el final.

 

Descubrieron que los besos no sabían a nada,

hubo una epidemia de tristeza en la ciudad.

Se borraron las pisadas,

se apagaron los latidos,

y con tanto ruido

no se oyó el ruido del mar.”

 

El maravilloso y casi silencioso vuelo en que habían vivido, empezó a sentirse como un aleteo feroz de águila encrespada y hambrienta.

Ella necesitó viajar por trabajo.

Y hubo un antes y un después de ese viaje.

Luego vinieron taconeos militares y desdenes.

 

Él consiguió trabajo. Todo pareció volver a la normalidad, pero no. Esa vida de antes nunca volvió.

Ella se volvió esquiva, distante. Lo rechazaba y él se preguntaba el porqué. El silencio en el que vivían era un ruido endiablado.

 

“Mucho, mucho ruido,

ruido de tijeras,

ruido de escaleras

que se acaban por bajar.

Mucho, mucho ruido,

tanto, tanto ruido.

Tanto ruido y al final...

Tanto ruido y al final...

Tanto ruido y al final

la soledad.

 

Ruido de tenazas,

ruido de estaciones,

ruido de amenazas,

ruido de escorpiones.

Tanto, tanto ruido.

 

Ruido de abogados,

ruido compartido,

ruido envenenado,

demasiado ruido.

 

Ruido platos rotos,

ruido años perdidos,

ruido viejas fotos,

ruido empedernido.

 

Ruido de cristales,

ruido de gemidos,

ruidos animales,

contagioso ruido.

 

Ruido mentiroso,

ruido entrometido,

ruido escandaloso,

silencioso ruido.

 

Ruido acomplejado,

ruido introvertido,

ruido del pasado,

descastado ruido.

 

Ruido de conjuros,

ruido malnacido,

ruido tan oscuro

puro y duro ruido.

 

Ruido qué me has hecho,

ruido yo no he sido,

ruido insatisfecho,

ruido a qué has venido.

 

Ruido como sables,

ruido enloquecido,

ruido intolerable,

ruido incomprendido.

 

Ruido de frenazos,

ruido sin sentido,

ruido de arañazos,

ruido, ruido, ruido.”

 

Él cansado de pensar los porqué, preguntaba y pregunta. Ella no respondía.

Un día lleno de ruidos, sin la más mínima piedad, ella le dijo que había nacido para otra cosa, para vivir de otra manera, que se había apurado en tomar la decisión de casarse, que no quería saber nada más con él.

Y el llanto de él comenzó como un aleteo suave para transformarse en el ruido ensordecedor de una catarata.

Ella estaba sorda y no escuchaba nada. Él hablaba contra un muro de rocas.

Él se fue.

Ella se quedó.

 

Hoy, él está tomando carrera para volver a volar.

Hoy, ella camina en tierra firme con un hombre que hace mucho ruido pero que no tiene idea cómo se hace para volar sin aviones.

Ruido. Ruido.

 

 

 

 

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