sábado, 26 de septiembre de 2009

QUERIDO MANUEL

Querido Manuel,

Quiero aclararte que escribo esta carta para que nadie sienta culpas. Si hay culpables en esta historia somos solamente yo y  mis padres, pero como ellos ya no están en este mundo, la culpable soy yo. Sólo yo y mi cobardía.

Siempre soñé con el amor eterno, con el amor que me hiciera feliz, con el amor de un hombre que satisficiera mis ¿delirios? sexuales. Esos que yo veía en el cine, que escuchaba en la radio y que después pude ver en la televisión. Esos amores, en los que las mujeres tiemblan ante el hombre amado y no por miedo, sino por deseo.

Nunca lo tuve. Nunca lo viví.

Me casé con vos, Manuel, porque mis padres me obligaron. “El amor viene después, me dijeron”. Nunca llegó. Yo siempre estuve enamorada de Blas, y Blas no sé si estaba enamorado pero yo le gustaba. De eso tengo certeza.

Pero vos eras el candidato porque de casualidad y por mis ansias de independencia, me dejaste embarazada. Nos casamos y  no te hice feliz. Arruinamos dos vidas, la tuya y la mía. ¡Qué tontos que fuimos!

Los oropeles de la fiesta nos engañaron y seguimos adelante. Yo creo que vos me querías. Yo no te amaba. Y por lógica consecuencia vos dejaste de amarme. Simple y llanamente soportaste lo que la vida te había impuesto. 

Sé que tuviste otras y no me importó porque tenías razón en buscarlas.

Tuvimos cuatro hijos maravillosos que amenguaron nuestra porquería de vida. Porque era una porquería. Y vos no eras el culpable, era yo que no te amaba y seguía soñando con el amor idílico, soñando con Blas.

Hoy me encontré de casualidad con Blas. En el Shopping. Ironías del destino. Había ido a comprar tu regalo de cumpleaños.

La sorpresa fue inmensa de ambas partes. Blas me presentó a su esposa -Maia- y yo le conté lo de tu cumpleaños, de nuestra felicidad después de 30 años de casados y de nuestros cuatro hijos. Ellos hablaron de sus dos hijos y de no sé qué más porque mi cabeza giraba y giraba mientras hablaban.

Me fui del Shopping angustiada preguntándome porqué la gente es feliz.

Fue en medio de esos razonamientos que tomé consciencia de mi cobardía.

Volví a casa, me senté frente a la computadora y te escribo esta carta. Última, definitiva. Vos no sos culpable de nada. Vos fuiste un caballero con todas las de la ley. Yo fui la mierda en nuestra vida.

Por eso, por haber reconocido tanta porquería, tanta mentira es que prefiero decir ¡basta!

Por favor que nuestros hijos entiendan que la enferma siempre fui yo y que quiero que sepan que por fin encontraron a una mujer valiente, no la pusilánime que los educó.

Soy tan cobarde, por otro lado, que dejo en tus manos esta responsabilidad. Siempre la dualidad. Estoy enferma. Eternamente enferma.

¿Sabés? No te quiero, pero sí te respeto y te respeté siempre. Y el respeto no se impone, se gana. Vos lo lograste. Gracias Manuel.

Te voy dejando porque las pastillas están haciendo efecto. Voy a dormir en paz para siempre. No tenés idea cómo lo necesitaba.

Ileana

 

1 comentario:

  1. Me ha gustado mucho la profundidad y la sinceridad de tu texto.

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