lunes, 3 de agosto de 2009

AMÉN

AMÉN

 

Descubrí el olor de la gente sucia cuando tenía apenas 7 años.

La historia fue así.

Mi mamá no había podido terminar sus estudios de piano porque mi abuelo se separó de mi abuela.

Sin dinero para estudios, mamá tuvo que cambiar el piano por una overlock.

No es que sea egoísta, pero yo también pagué las consecuencias de ese divorcio.

La frustación de mami me llegó como herencia jamás reclamada: aunque no me gustaba ni tenía oído musical, fui obligada a estudiar piano con una profesora del barrio.

Se llamaba Bertha. Entrar a su casa me daba naúseas. Todo olía a pescados pudriéndose a orillas del mar.

Recuerdo que tres veces por semana tocaba el timbre de la calle Paysandú y el gato de Bertha era el primero en aparecer. Luego asomaba una cara redonda y rubicunda que me decía –adelante querida, ¿practicaste las escalas?- y la respuesta nunca se escuchaba, porque mis dedos pulgar e índice automáticamente apretaban mi nariz con un pañuelo. Para Madame yo vivía con mocos. Jamás cruzó por su cabeza que el inmundo olor a pis de su gato, el olor de su menstruación –cosa que supe después-,el olor de sus bombachas sucias y de su sudor como de cebolla podrida, me repelían tanto que no soportaba tomar clases de escalas ni de Mozart ni de nada. Durante dos horas, mi verdadero ejercicio era el de aguantar la respiración: inspiraba con fuerza y contenía el aire lo máximo que podía. Así hasta que volvía a poner los pies en la calle Paysandú.

Bertha era roñosa. Toda su casa olía mal porque olía a ella. Las dos horas de clase eran un suplicio.

Tenía que descargar mi bronca en alguien o en algo y el piano era ideal para mi propósito. Lo golpeaba como si fuera un tambor. Jamás salió algo suave de sus teclas. Todo era con fuerza, con los pedales apretados como mi naríz. En represalia, ella me pegaba en las manos con una vara de madera, larga y finita.

Odiaba tanto a Bertha que cuando tuve que hacer mi primera confesión para tomar la comunión, le dije al cura - Odio a mi profesora de piano y no me voy a arrepentir.

Esta declaración causó un revuelo terrible. El cura llamó a mi madre y le dijo que yo era una niña muy rebelde y malcriada, que me hiciera entrar en razones sino sería imposible darme los santos sacramentos.

 

Ya pasaron muchos años de esa época.

Guardo un grato recuerdo del padre Luis, porque gracias a él logré que mi mamá me sacara de ese infierno llamado mugre, hedor, tortura,  piano, en fin… Bertha.

Práctico y coherente, el padre Luis le dijo a mamá  -negocie señora, es usted la que elige entre Dios o el pecado.

Mamá eligió bien.

Amén.

2 comentarios:

  1. creo q todos tuvimos alguna vez una Bertha a quien odiar...
    Muy buen cuento!
    G

    ResponderEliminar
  2. Menos mal que no porto una H !!!Yo tuve una Brunilda olorosa..
    Muy Bueno!
    Bertamil

    ResponderEliminar