Cuentan que la mansión de los hermanos Gomes de Avelar estaba dividida en dos partes exactamente iguales, unidas por un hall que daba a la piscina de venecitas, fundiéndose en el azul profundo del mar que baña Cascais.
A mediados del siglo pasado, esta extraña casona era la comidilla de los habitantes de esta hermosa villa portuguesa.
La intriga y el misterio surgieron porque sólo una vez habían visto a los hermanos de Avelar. El día de la gran pelea. Después, el abandono y la leyenda pueblerina.
Venciendo mis miedos, me acerqué por primera vez a la gran puerta de hierro forjado enmohecida por el tiempo. Un tibio toque con mi mano permitió que se abriera apenas de soslayo, dejando a la vista una majestuosa escalera de mármol.
Un insólito escalofrío recorrió mi cuerpo al mismo tiempo que el sonido de pasos a mis espaldas alertaron mis sentidos. Giré temeroso. Dos muchachos extrañamente familiares, pero que en realidad no conocía, me hablaron pausadamente.
-¿Será verdad lo que cuentan?- dijo uno de ellos.
-No sé- le contesté asustado.
-¿Tú crees en fantasmas?- me preguntó el otro.
-Yo no- le respondí trémulo.
-Nosotros sí– me contestaron muy seguros. Y desaparecieron.
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