miércoles, 5 de agosto de 2009

RUTINA INTERRUMPIDA

RUTINA INTERRUMPIDA

Esto de levantarse a las seis y media de la mañana no le sentaba para nada a Francisco. Era noctámbulo. Esencialmente noctámbulo. No funcionaba de mañana. Pero el trabajo le interesaba y por sobre todo lo necesitaba.

Ponía el despertador a las cinco y media y automáticamente se despertaba porque si se quedaba en la cama, no se iba a levantar por lo menos hasta las once. Prendía una hornalla y ponía el agua a calentar. Encendía la radio. Iba a hacer pis. Luego se miraba en el espejo sacando la lengua para afuera. Se lavaba los dientes. Volvía a la cocina se preparaba un café cortado con un centímetro de leche y se comía unas galletitas de agua con mermelada. Prendía el primer cigarrillo del día. Miraba la hora y se desesperaba. Se estaba haciendo tarde. Todas las mañanas pasaba lo mismo. Era lento, muy lento. Prendía la ducha y  metía de cabeza bajo el agua para despabilarse. El baño debía ser rápido, pero cuando el agua le caía por todo su cuerpo, era como un manantial que lo arrullaba y entrecerraba los ojos con somnolencia. Inmediatamente un cabeceo, hacía golpear su cabeza contra el azulejo y se despertaba rápidamente. Se secaba, se ponía desodorante, el mismo perfume de siempre, se peinaba sacudiendo su cabeza de un lado al otro , mientras las gotas del pelo, chorreaban por el espejo y las paredes. Salía corriendo para hacer las cinco cuadras que lo separaban del subte. Llegaba junto con el convoy. Se sentaba cuando tenía suerte y de inmediato el ronroneo monótono sumado al calor del ambiente, lo hacían cabecear. Literalmente se dormía muy profundo, así estuviese parado, y soñaba lo que no había soñado durante la noche.

Pero ese día, viernes 2 de mayo, no se durmió. Tuvo una sensación extraña, que si le preguntaban no hubiese sabido explicar cómo era. Sentía que llevaba cosas de más en su maletín.

Una señora, que por increíble que parezca se bajó a las tres estaciones de haber subido, le dio espacio para sentarse y revisar su desvencijado portafolio. Estaban los folletos, estaban los papeles carta con su nombre, las lapiceras de diferentes colores, sus tarjetas y la laptop. La abrió con pereza y lo primero que vio fue la imagen de Lucía sonriendo.

Lucía ya no estaba en su vida. Se había casado con Manuel el miércoles 30 de abril. Hacía menos de dos días. La fiesta había sido maravillosa y ella estaba radiante, como toda novia que se casa con el hombre que ama y que además es un ganador en la vida.

Él, Francisco, ¿qué era en definitiva?. Un tonto empleado de la bolsa, que alquilaba un mono-ambiente, que ni siquiera tenía auto, que recién ahora estaba empezando a asomar la cabeza, un luchador, eso sí, pero todavía le faltaba mucho camino por recorrer.

Estaba hablando de envidia. Manuel no era mucho más que él, pero había enamorado a Lucía con su sonrisa, su buen humor, ¡bah! porque sí.

Se preguntó por qué guardaba ese retrato. El viaje fue largo hasta llegar a Catedral, como nunca antes en su rutina diaria. Había tomado la decisión y en 9 de Julio pulsó cambiar fondo de pantalla. Una foto de una playa apareció por arte de magia. Volvió a sacudir sus pelos de un lado al otro. Sonrió. Se bajó en Catedral, prendió el segundo cigarrillo del día, miró la hora y se dijo que se merecía un café como Dios manda.

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