lunes, 3 de agosto de 2009

¡NO HAY DERECHO!

¡NO HAY DERECHO!

 

Me levanté tempranito. Los sábados son para ser aprovechados.

Mientras me tomaba unos mates, hice la lista de lo que necesitaba comprar: zapatillas para el partido de fulbito con los compañeros del trabajo, unos cedés de cumbia villera, carbón, asado de tira, vacío, chorizos, morcilla, chinchulines, mollejas, riñoncitos, vinito tinto y verduras para la ensalada. El asadito es sagrado los domingos.

Comencé mi caminata por Munro pasando por el cajero automático y sacando unos pocos dineritos.  Fui al quiosco, compré cigarrillos y empecé a mirar vidrieras e investigar precios. Desemboqué en el “outlet” de Adidas y elegí unas zapatillas rojas espectaculares. Ni discutí el precio, fui a pagar, pero el cajero del negocio me dijo que uno de los billetes de cincuenta pesos era falso. Imposible. No podía ser. Recién había sacado el dinero del banco. Tantée los cigarillos por los nervios y  me acordé que los había comprado apenas unos minutos atrás. Me fui al quiosco a reclamarle al pibe que atendía, me dijo que ni se acordaba de mi y en todo caso, cómo sabía él que ese billete era del vuelto que me había dado. Le expliqué que no habían pasado más de quince minutos, que no había gastado nada más que en su negocio, que cuando quise hacer mi segunda compra saltó lo del billete y por eso estaba ahí. Me amenazó con llamar a la policía si seguía  molestándolo. Casi lo agarro a piñas, pero preferí volver a la tienda de zapatillas. Indignado le conté al cajero del “outlet” lo que había pasado, pero a él no le importaba para nada. Si no tenía otros cincuenta pesos, no me llevaba las zapatillas. Le sugerí que porqué no  aceptaba el billete falso, total ellos lo podrían hacer circular sin problemas con toda la gente que compraba en la tienda. Se ofendió y me dijo que me fuera del negocio, que con quién se pensaba que estaba hablando. Saqué otro billete y al final terminé llevándome las zapatillas, previo revisión del nuevo billete por parte de varios empleados y darme el visto bueno, pero mirándome como si el tramposo fuera yo. Me fui rumiando bronca. Llegué a la disquería, entré, elegí los cedés y traté de pagarlos con el billete falso, pero el muchacho al que se lo entregué, lo miró con desconfianza, lo volvió a mirar a contraluz y me dio el dictamen ya conocido: falso. Puse cara de sorpresa e indignación, puteé a Dios y a María Santísima, empecé a gritar diciendo que ya no se puede creer en nadie y pagué con otro billete que fue estudiado como si yo fuera el rey de la falsificación monetaria. Me fui con la sensación de ser un boludo, me habían dado un billete falso y ni me di cuenta, mientras que a los empleados de las tiendas apenas les alcanzaba con tocarlo para saber que era adulterado.

Llegué a la carnicería de Don Ángel, le hice el pedido de la carne y las achuras y mientras él lo preparaba, me corrí hasta la verdulería. Compré la lechuga, los tomates, un par de cebollas, unas naranjas, una docena de bananas -me hacen bien para evitar los calambres-, y le dí el billete en cuestión. El flaco puteó porque le sacaba todo el cambio, pero igual me dio el vuelto. Rapidito recogí el pedido de Don Ángel, le pagué y más ligero que el correcaminos, enfilé para mi casa. Mientras ponía la llave en la cerradura no paraba de pensar en lo hijodeputa que es la gente. Cagar así a un pobre laburante como yo, honesto, derecho, incapaz de matar una mosca. El mundo está lleno de inescrupulosos. No hay derecho...


 

2 comentarios:

  1. Jajaja muy bueno Grace! y todos somos un poco como él, no hay derecho...

    ResponderEliminar
  2. No somos ni mas ni menos que unos hijueputas...tal cual ...no hay derecho Negrita...

    ResponderEliminar