martes, 4 de agosto de 2009

LA CARTA

LA CARTA

 

Dentro del sobre estaba la respuesta que nunca hubiese querido leer.

Pasó el sobre de una mano a la otra. Se sentó en el borde la cama. El espejo le devolvió su imagen. Prendió un cigarrillo, estiró el brazo hasta la cómoda y buscó el cenicero. Dejó el sobre a un lado y se entretuvo haciendo volutas con el humo del cigarrillo. Era un tontera que le gustaba hacer desde que empezó a fumar. ¿Cuántos círculos podía hacer de una sola bocanada? Tenía un record. Diez diminutos agujeritos de humo. Se sonrió y el espejo le mostró que a su lado estaba el sobre que no se atrevía a abrir. Se dijo a sí misma que era una ridícula, que era una tonta, que era una cobarde, que ya ¡basta!, que era hora de abrirlo y estar segura de lo que era su decisión. ¿Para qué demorar más?

A ella le gustaban las historias de suspenso, pero este sobre no formaba parte de ninguna novela. Era un sobre donde decía claramente – Srta. María Verónica Urtubey- y esa señorita era ella.

Sonó el teléfono celular. Miró en la pantalla quién la llamaba y decidió no contestar.

Esta acción le dio el impulso necesario para que decididamente abriera el sobre. Extrajo la carta y leyó nuevamente su contenido.

Se vistió tranquila, tomando en cuenta cada detalle de lo que iba a usar. Encima de la cama estaba el vestido verde esmeralda. Era de una seda maravillosa, con destellos luminosos entre dorado y plateado. Lo había traído de la India hacía muchísimo tiempo atrás. Siempre pensó que el día que se hiciera un vestido con esa seda, sería para una ocasión muy especial. Había llegado el momento.

Se maquilló muy delicadamente. La base era de su tono de piel, un suave rubor color durazno, rimel negro y rouge haciendo juego con el rubor. Por encima un poco de brillo. Se peinó como siempre: cabello suelto y lacio, tomado de costado con una hebilla verde esmeralda.

Se vistió, se calzó las sandalias al tono y un chal cubriendo sus hombros. Por último unos aros de falsos brillantes haciendo juego con una gargantilla muy delgada y cinco gotas de perfume.

Eran las 9 de la noche y el timbre sonó puntualmente.

El chofer del auto de alquiler, la estaba esperando.

En el sobre de mano llevaba la carta.

El viaje se hizo corto, el tiempo exacto de fumarse un cigarrillo.

 

La iglesia estaba decorada con lirios blancos como a ella le gustaban.

Un conjunto “gospel” entonaba músicas románticas, tiernas, delicadas. Como ella lo hubiese elegido.

Verónica, entró por la nave central de la iglesia sin titubear. En el altar, distraído, hablando con su madre, estaba Lucas.

Las personas que estaban en los bancos, esperando a la novia, empezaron por lo bajo a preguntarse qué hacía ella ahí.

Mecha, la madre de Lucas, la vio y lo codeó fuertemente, haciendo que virara su rostro hacia ella. Lucas comenzó a decirle que no con la cabeza, pero Verónica siguió avanzando hasta llegar a su lado.

-Hola Lucas, vine a traerles personalmente a vos y a Inés mi regalo.

-Okay Verónica, pero ahora andate.

-Todavía no. ¿te acordás de esta seda que compramos juntos en la India? La guardé especialmente para lucirla en tu casamiento.

-Sí, sí, me acuerdo, estás preciosa, pero ahora andate.

-Estoy esperando a Inés. Quiero darles el regalo a los dos juntos.

 

Lucas no pudo seguir argumentando nada. El Ave María cantado por el coro, anunciaba la entrada de la novia del brazo de su padre.

Inés sonreía y miraba hacia los lados, saludando delicadamente a todos los presentes en la iglesia, hasta que vio a Verónica. Trastabilló y en su rostro se dibujó un rictus de espanto.

Llegó hasta Lucas y lo miró preguntándole sin palabras qué hacía ella en el altar.

Dieron comienzo a la ceremonia y el sacerdote llamó a los oferentes a decir unas palabras para los novios.

Verónica se adelanto, se acercó al micrófono y dijo que les deseaba una  eterna luna de miel y que les dejaba una carta de regalo.

Se acercó a ellos y se las dio, mientras subía la hermana de Inés a decir un párrafo de la Biblia.

Verónica se retiró por los laterales de la iglesia. El chofer la estaba esperando. La llevó de regreso a su casa.

Entró a su departamento y con esmero se quitó el vestido, lo colgó en una percha, dejó los zapatos a un costado, se sacó la bisutería, el maquillaje, prendió otro cigarrillo, se sirvió un vaso de vino y prendió el televisor.

El celular empezó a sonar desesperadamente, un llamado tras otro. No respondió ninguno. No hacía falta. Se imaginaba el porqué de los llamados. Se fue a dormir en paz, con la conciencia tranquila.

 

Inés no podía creer que estuviese esa carta en manos de Lucas. ¿Por qué esta venganza?

Lucas no podía creer lo que estaba leyendo. Era imposible.

 

“Mi querida y necesitada Vero,

Ya sabés que me caso en dos semanas con Lucas, tu ex de la época hippie. Lo elegí a él, justamente porque todavía huele a vos. Es un buen chico, viaja mucho por su trabajo y jamás podrá sospechar mi otra vida. No me cuesta demasiado disimular y podré tener el hijo que tanto deseo. Después veremos cómo seguir.

Quiero decirte que nunca, jamás, será una sombra en nuestra relación. No seas vos la que la oscurezca. Entendeme, como siempre lo has hecho. Acompañame en este momento como lo has hecho durante estos años en que tuvimos que disimular ante todos.

Quizás pensabas que en esta carta te iba a decir que renunciaba a Lucas. No, Vero. Vos sabés que siempre fui una cobarde.

Te amo y te amaré por siempre.

Tuya

Inés”

 

7 comentarios:

  1. Que final!! perfecto para una telenovela open mind y bien escrita osea de las que no existen.

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  2. Mil gracias Alfred!! Se nota que sos mi yerno y me querés!

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  3. Excelente relato, espectacular desenlace...

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  4. Gracias Berta, gracias Geancarlo. Un besote enorme. Anótense como seguidores y les informaré cada entrada nueva que publique. Gracias por leer.

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  5. Excelente!!!
    Ayyyyyy Grace que final, nunca me lo hubiese imaginado!!!!

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