martes, 18 de agosto de 2009

APAGÓN

APAGÓN

Se cortó la luz y un extraño escalofrío recorrió todo mi cuerpo. El aire de diciembre en Buenos Aires, como siempre, era tórrido y pesado. Decidí que tenía que prender unas velas. Por más que me fuera acostumbrando a la oscuridad, me incomodaba estar en penumbras.

Recordé que siempre guardaba mis velas en el último cajón del mueble de la cocina. Obvio que tenía las otras, las que usaba cuando venían invitados, pero… ¿para qué gastarlas si estaba sola?

Al tanteo las encontré, busqué los platitos de las tazas de café y una a una las fui prendiendo. Cocina, baño, dormitorio, y sala. Este era todo mi departamento.

Un nuevo escalofrío me recorrió al unísono que todas las velas se apagaban. Es como que una leve brisa las hubiese soplado y ahogado como en las tortas de cumpleaños. Pero Buenos Aires estaba ciertamente abrasadora y húmeda. No se movía una hoja de los árboles. Tuve miedo. Un escalofrío volvió nuevamente a recorrer mi espalda y mi cuello. El corazón se me disparó. A viva voz pregunté quién estaba conmigo. Un soplido en mi oreja izquierda fue la respuesta. Contrario a las primeras sensaciones, me sentí en calma. Mi corazón se normalizó, mi respiración se serenó. Prendí un cigarrillo, fui a la cocina, busqué el vino y con tranquilidad serví dos copas.

Las llevé a la sala e invité en susurros a brindar por el corte de luz. Sentí un fresco aire recorriendo todo mi cuerpo nuevamente y agradecí – seas quien seas, gracias, por tu brisa- dije. Sin aire acondicionado, sin ventilador, sin energía eléctrica sos lo mejor que me podía pasar.

 

-¿Sos un fantasma?- pregunté tímidamente.

-Sí- me respondió una hermosa voz de tenor.

-Hola, Josefina Restrepo, encantada ¿Y vos quién sos?

-Santiago Hernández Sotomayor. Soy español.

-¡Bienvenido a América!- dije, por decir algo…

-Gracias por el recibimiento, pero hace ya muchos años que emigré a Buenos Aires.

-Mirá vos, debe ser por eso que me das tanta tranquilidad, porque un fantasma, en realidad daría miedo a cualquiera. Pero a vos, es como si te conociera de toda la vida.

-Fíjate que no. Es la primera vez que te encuentro. Nunca estuve antes contigo.

-¿Y por qué me elegiste?

-Me agarró el apagón igual que a ti, cuando entraba en tu casa y tuve miedo de estar solo.

-¿Miedo? ¿vos? No me digas que los fantasmas tienen miedo…

-¿Y por qué no? Soy como un sueño: desaparezco cuando la gente se despierta. Esos cambios me asustan. Hoy es diferente. No estás soñando, ni formo parte de ningún sueño y esto es maravilloso. Es como estar vivo. ¿Me entiendes?

-Hummm, en parte…

-Es simple. Imagínate que estás soñando despierta mientras vas en el subte y alguien te sacude para poder pasar, ¿tú no te sobresaltas y sientes como miedo a que te hayan robado algo del bolso o algo así?

-Sí. Es cierto.

-Bueno. Es lo mismo. Yo me sobresalto desde hace muchos años. Hubo muchos apagones, pero nunca tuve la suerte de estar dentro de una casa, con alguien despierto. Sí es verdad que muchos soñaron conmigo, pero esto, lo de ahora,  nunca antes me pasó. Hoy tuve esa suerte. Quiero disfrutarlo al máximo, porque sé que cuando regrese la luz, desapareceré y no vas a creer lo que te pasó.

-¡No! Estoy consciente y bien despierta. Sé que estás ahí, que te llamás Santiago Hernández Sotomayor, que sos español y que estás charlando conmigo mientras me refrescás el cuello y la espalda.

- Eso es lo que crees Josefina, pero sucederá lo que yo te cuento, como en “A través del Espejo”, de Lewis Carroll, cuando alguien le dice al sueño -si el rey se despierta tú desaparecerás, porque eres la figura de lo que el rey está soñando-. Y eso soy yo, la figura de un fantasma que no puede ser visible con la luz.

 

En ese preciso instante volvió la luz en el departamento, en el edificio, en la cuadra, en el barrio, en la ciudad.  Se prendieron nuevamente las velas y yo me quedé sola.

Busqué a Santiago, susurrando su nombre, pero ninguna brisa fresca reconfortó mi espalda ni mi cuello. Me sentí muy triste y despiadadamente sola.

Apagué las velas.  Vi las dos copas de vino vacías. Las llevé a la cocina y las puse en la pileta. Me fui nuevamente a la sala, encendí un cigarrillo, inicié la computadora, entré en el Google y busqué Santiago Hernández Sotomayor.

“Romántico y narrador español nacido a fines del siglo XIX en Andalucía, muerto en Buenos Aires en 1947. Había ido a Argentina con una compañía de comedias donde representaban “Alicia en el País de las maravillas”. Él era el relator, mientras los actores desarrollaban la escena.  Murió en circunstancias extrañas durante un apagón en la ciudad donde había fijado su residencia, sin dejar descendencia. Sus restos descansan en el cementerio de La Recoleta”.

Apagué la computadora. Y me fui a dormir. Esperaba soñar con mi fantasma. Quizás le pudiera dar vida por un rato más. Quizás soñara todas las noches, quizás hubiera otro apagón. Quizás…

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