jueves, 27 de agosto de 2009

EXTRAÑOS EN LA NOCHE

EXTRAÑOS EN LA NOCHE

La sandalia se balanceba en la punta de mi pie. El techo del dormitorio me daba vueltas. La ropa estaba desparramada por todos lados. No podía ni recostarme  porque el mareo se acentuaba cada vez que lo intentaba. Y tus gritos… ¡Por Dios! Tus gritos sonaban dentro de mis oídos como ecos de una batalla final.

“-El Sr. Iturralde es mi mejor cliente. Cenaremos esta noche con él y de esta comida depende nuestro futuro. Nos ha invitado a Tomo I, imaginate qué clase de persona es y el nivel que tiene. Andá a la peluquería, buscate un vestido distinguido, planchame la camisa azul a rayas con el cuello blanco. A las 9 tenemos que estar listos. No te mandes ninguna de las tuyas y te atrases. La puntualidad es fundamental.”

Me lo dijiste de corrido, por teléfono y con ese tonito de voz que tanto me molesta.

A las 9 en punto entramos en Tomo I. Vos, con tu traje azul noche, la camisa a rayas de cuello blanco y yo, con un vestido negro de crepe de seda, el viejo collar de perlas y los aros haciendo juego. Sencilla, sin contraindicaciones.

Iturralde no había llegado aún, nos llevaron a la mesa reservada y nos sentamos a esperar.

El maitre trajo champagne y unos crudités. Pasados unos quince minutos llegó el supuesto dueño de nuestro futuro. Buen mozo y más joven de lo que yo había imaginado.

El personal del restaurante lo saludó como si fuera un viejo amigo de la casa. Al mismo tiempo que le servían el champagne, Iturralde me dijo que estaba encantado de conocerme y me pidió que lo llamara Edú, porque así lo llamaban sus amigos. Le agradecí la deferencia y propuse un brindis por el encuentro. Tu sonrisa fue amplia y rotunda, como mostrando qué buena mercadería tenías.

Nos volvieron a llenar las copas. El maitre nos aconsejó comenzar con una degustación de entradas frías y calientes como primer plato, luego cordero patagónico acompañado con endibias y membrillos glaseados y de postre un maravilloso plato de frutas rojas con coulís de maracuyá. Edú nos miró para saber nuestra opinión y vos por debajo de la mesa me diste un suave golpecito en el tobillo para que respondiese. Con una sonrisa encantadora, dije que me parecía una excelente idea. Edú nos propuso continuar con el Chandon y vos dijiste que te parecía genial.

Mientras ustedes hablaban de inversiones y pavadas por el estilo, me entretuve mirando las otras mesas. Gente fina por todos lados. Tuve cierta envidia de una rubia elegantísima que comía con un cincuentón muy bien puesto. La “fulana” tenía unas sandalias altísimas de charol negro, haciendo juego con un cinto ancho que ceñía una camisa blanca de organza. En otra mesa, otra rubia, ya con unos cuantos años encima, bien disimulados eso sí, que evidenciaba –por la cirugías- no querer bajar la guardia, lucía una solera verde que dejaba asomar unas “lolas” duritas, turgentes. Hija de puta, pensé, cuánta guita que gastaste en plásticas. Salí de mis pensamientos porque Edú me preguntó qué opinaba de la política económica del gobierno. Otro puntapié de tu parte me alertó que debía contestar con propiedad. Pero…¿qué? No tenía ni idea de la opinión del Sr. Iturralde con respecto al gobierno ni tampoco de la política económica. Me sonreí y dije que tenía por costumbre no hablar de economía ni de política ni de religión cuando comía y que esperaba que ellos hicieran lo mismo, porque esos temas siempre traen discusiones. Otro puntapié y mi tobillo comenzaba a dar señales de no querer aguantar  muchos más golpes.

Ya íbamos por la quinta copa de champagne y la degustación de platos fríos y calientes había resultado tan escasa, que las vieiras y los langostinos a la jalea de no sé qué, flotaban en mi estómago repleto de líquido.

Me atreví a preguntarle al Sr. Iturralde si era casado, viudo, soltero o separado, como para cambiar de tema. Otro golpe en mi pantorrilla me produjo tal mueca de dolor que obligó a Edú a preguntarme si me sentía bien. Le dije que más o menos, porque estaba menstruando y los cólicos me mataban. Vi la expresión de espanto en tu cara al mismo tiempo que otro puntapié, mucho más fuerte esta vez, me hizo llevar la mano hacia el tobillo.

Opté por callarme, seguir bebiendo y tratar de sacar algo de carne de las costillitas de cordero con el tenedor y el cuchillo. Era una lucha. Con las manos hubiese sido una pavada. Un mareo tonto hacía dar vueltas mi cabeza a tal punto que el cuadro de naturaleza muerta que tenía en mi frente me daba naúseas. Fue en ese preciso momento cuando le dije a Edú, que me extrañaba que siendo tan buen mozo estuviera solo. ¿No me vas a decir que sos “homo”?, le espeté de golpe. Vos te ahogaste con las endibias y Edú me preguntó si tenía algo contra los “homos”. Ni llegué a decir que para nada, que por el contrario me parecían macanudos, cuando otro puntapié solo rozó mi silla: no llegó a destino porque había aprendido la lección y las piernas estaban bien recogidas. Me eché a reir y creo que te dije que te había cagado, que ya sabía que me ibas a dar un nuevo puntapié y te había hecho ¡olééé! Después no recuerdo muy bien qué hablaron los dos en voz baja. Sólo sé que nos fuimos sin comer el postre, y que me costó mucho levantarme de la silla. Ni siquiera recuerdo haberme despedido del señor Iturralde.

“La sandalia se balanceaba en mi pié . El techo del dormitorio me daba vueltas. Te escuché decir en medio de los gritos -¡Esta noche me perdiste para siempre! Me reí como una loca, luego comencé a llorar con un rictus extraño, entre risa-llanto, difícil de describir.

-¿Qué te perdí? ¿A vos? ¡Perder! ¡Ja! Gané flaco, o no te diste cuenta todavía que estoy llorando de risa. La culpa la tiene el champagne. ¿No estarás pensando que estoy llorando por que me dejás?... ¡Ya estaba harta de vos, flaquito y Edú fue un genio. ¡Me ayudó! ¡No tenés ni idea de cuánto me ayudó! ¡Tenías razón! Era el dueño de nuestro futuro! Por lo menos del mío, sí.”

           

 

 

 

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